A lo largo del siglo XX, en las sociedades desarrolladas se han ido produciendo importantes cambios que han modificado extraordinariamente los hábitos alimentarios de la población, repercutiendo, en consecuencia, sobre su estado nutricional. En especial durante los últimos 50 años, estos cambios se relacionan con la industrialización, la urbanización y con el desarrollo tecnológico y económico, que han dado lugar a nuevas formas de producción, procesado y distribución de alimentos.
Ciertos aspectos de esta evolución, como puede ser el descenso del módulo alimentario -proporción de la renta destinada a la alimentación-, son realmente positivos; sin embargo, otros no se relacionan con el modelo dietético, sino también con el estilo de vida (sedentarismo, estrés, etc.), y se han asociado a un incremento de nuevos problemas sanitarios, como la obesidad, la diabetes, algunos tipos de cáncer, ECVs, etc., hoy en día reconocidos como enfermedades características de las llamadas sociedades de la abundancia.
La sociedad de consumo se caracteriza por una oferta desmesurada en productos y servicios para unos consumidores sin capacidad de realizar una elección racional entre ellos. Nunca nuestra especie se encontró ante una oferta alimentaria tan amplia, ni dispuso de menos tiempo y capacidades para realizar una elección adecuada de su ingesta. Estos dos hechos nuevos y cruciales definen la sociedad de consumo desde la perspectiva nutricional: «Nunca hubo tanto donde elegir, ni menos tiempo y capacidad para hacerlo»
La sociedad de consumo se caracteriza por una oferta desmesurada en productos y servicios para unos consumidores sin capacidad de realizar una elección racional entre ellos. Nunca nuestra especie se encontró ante una oferta alimentaria tan amplia, ni dispuso de menos tiempo y capacidades para realizar una elección adecuada de su ingesta. Estos dos hechos nuevos y cruciales definen la sociedad de consumo desde la perspectiva nutricional: «Nunca hubo tanto donde elegir, ni menos tiempo y capacidad para hacerlo»
Los avances socioeconómicos y los cambios técnicos ocurridos en todos los puntos de la cadena de producción de alimentos (agricultura, ganadería, producción, almacenamiento y venta) han difundido y puesto al alcance de todos electrodomésticos, productos y modos de consumo impensables hace sólo dos décadas (hornos microondas, alimentos precocinados, ultracongelados, comidas realizadas en régimen de restauración colectiva, etc.). Esos mismos cambios sociales han puesto al alcance de los más desfavorecidos alimentos y productos que no podrían siquiera haber soñado consumir hace que han dado lugar a nuevas formas de producción, procesado y distribución de alimentos.
Ciertos aspectos de esta evolución, como puede ser el descenso del módulo alimentario -proporción de la renta destinada a la alimentación-, son realmente positivos; sin embargo, otros no se relacionan con el modelo dietético, sino también con el estilo de vida (sedentarismo, estrés, etc.), y se han asociado a un incremento de nuevos problemas sanitarios, como la obesidad, la diabetes, algunos tipos de cáncer, ECVs, etc., hoy en día reconocidos como enfermedades características de las llamadas sociedades de la abundancia. Como consecuencia, la «democratización» de la alimentación es precisamente uno de los acontecimientos sociales más relevantes que ha tenido lugar en los países industrializados. En estos momentos, las diferencias de disponibilidad de alimentos o de nutrientes entre los extremos de la escala social prácticamente no existen y, cuando se dan, son debidas al consumo de productos de lujo que poco representan desde el punto de vista meramente nutricional.
Las ECVs son la principal causa de muerte a escala mundial. Aunque se ha sugerido que para 2020 el 71 % de las muertes debidas a enfermedad coronaria procederá de países en vías de desarrollo, los países del primer mundo seguirán presentando tasas inaceptablemente altas. Sin embargo, en algunos países desarrollados, como España, Grecia, Francia, Italia o Portugal, este tipo de enfermedades presenta una baja incidencia, lo que se traduce en un aumento significativo de su esperanza de vida en comparación con los países del norte de Europa o de EEUU. El efecto protector de la dieta mediterránea sobre las ECVs ha sido puesto de manifiesto en diferentes tipos de estudios, tanto experimentales como epidemiológicos.
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