19 feb 2011

Ciencia de la Alimentación y medios de comunicación

El fin de las navidades y la primavera son los periodos del año asociados a la eclosión de determinados fenómenos que, aunque cada vez son menos estacionales, inciden de pleno en el comportamiento de una buena parte de la población. Nos referimos a la proliferación de informaciones sobre dietas para perder peso y/o estar más saludable.
Dichas informaciones aparecen en todos los medios de información general, hablados y escritos, existiendo incluso una prolija serie de publicaciones especializadas.




En el mundo globalizado en el que vivimos, y en una sociedad democrática como la nuestra, la información es un valor consustancial a la esencia de los valores de esta sociedad, y por tanto deberíamos alegrarnos de disponer de esa ingente cantidad de información.


De todos modos, como es obvio que no hay que confundir cantidad con calidad, el preciado valor de la información se diluye en un mar de convencionalismos, verdades parciales, que, convenientemente aderezadas por el medio de turno, acaban, por llegar a la población en forma de mensajes que muchas veces no se ajustan a la realidad. Así, la transmisión de información acerca de unos valores muy preciados en nuestros días -comer saludablemente y no tener un exceso de peso- en muchas ocasiones se sustenta en la transmisión de valores que no se corresponden totalmente con las evidencias científicas. ¿Cómo se puede solventar esta situación? La respuesta es muy difícil, puesto que antes de poder contestarla deberíamos determinar cuál es el mecanismo de generación y transmisión de la información.


Este proceso implica a dos colectivos profesionales, el especialista que la suministra y el periodista que la transmite, colectivos que, aunque puedan tener los mismos objetivos finales, probablemente no coincidan en la manera de comunicarlos. 


¿Cuántas veces hemos tenido que sopesar la exactitud de nuestras palabras, o incluso mordernos la lengua, para que nuestra información no pueda dar pie a una interpretación sesgada y distinta de la que pretendíamos?, ¿cuántas veces nos hemos sorprendido al ver en negro sobre blanco cosas que no se corresponden exactamente con lo que hemos dicho, por causa de una simplificación o por la búsqueda de un titular llamativo? 


¿Cómo se pueden conjugar el interés del especialista por transmitir información (para no quedar aislado en una torre de marfil) y el interés del periodista por transmitir esa información de la manera que considere oportuna?

La respuesta no es fácil, puesto que en ambos colectivos existe una amplia variabilidad tanto de formación como de objetivos entre sus componentes. Está claro que no es lo mismo realizar una entrevista con un periodista que tiene a su cargo una sección o programa de tipo científico, que hacerla con uno asignado a un programa de tipo magazín, o a una sección de información general


También hay que preguntarse ¿por qué en la prensa escrita una buena parte de las noticias de ámbito científico aparecen en la sección de sociedad (mezcladas con noticias sobre robos, malos tratos y accidentes diversos) y no en la de cultura?; quizás por la misma razón por la que en las recepciones oficiales, cuando se hace referencia a los representantes del mundo cultural se habla de actores, escritores, pintores, etc., y prácticamente nunca de científicos. Por tanto, parece bastante extendido en el mundo periodístico que la gente de ciencia pertenecemos a un colectivo especial, que se nos respeta pero se nos teme y, por tanto, no ha de extrañarnos que la transmisión de nuestro conocimiento se trate con mucha prevención. Para acabar de completar esta visión del científico, quizás deberíamos preguntarnos ¿quién puede llegar a ser considerado como especialista?



Si bien las circunstancias pueden ser diversas, lo cierto es que en un momento u otro de nuestra carrera científica cualquiera puede ser requerido por los medios de comunicación, especialmente si trabajamos en algún tema puntero, si organizamos alguna reunión importante o formamos parte de algún comité. Dentro de este complejo marco en que se enmarca la transmisión de la información, conviene hacer una reflexión acerca de lo que los especialistas ofrecen a los periodistas. En los últimos tiempos, el panorama se ha complicado, puesto que muchos mensajes no se transmiten ya por el periodista, sino que son los cocineros de referencia, especialmente a través de la TV.




Somos conscientes de que en ciencia todo es relativo y de que, por tanto, lo que se comente, y según el enfoque que se le dé, sólo será válido para un parte de los especialistas y probablemente durante un tiempo limitado.


Esta relatividad de lo que se comunica causa incomodidad en el periodista, que pensando en el público no puede perderse en matizaciones y necesita resumir, concretar y, si puede, ofrecer un crédito fácilmente comprensible y que llame la atención. Es en este momento cuando el especialista debe tener la lucidez necesaria para concretar la información que desea transmitir y procurar evitar cualquier mensaje erróneo.


Así, no es de recibo oír, en cualquiera de los programas de cocina, mensajes en los que se recomienda una tapa a base calamares puesto que contiene proteínas de alta calidad, o que se fomente el consumo de soja porque sus proteínas contienen todos los aminoácidos que necesita nuestro organismo, o que comer alcachofas va muy bien porque además de ser diuréticas, ayudan a eliminar las toxinas, etc.


En el caso de la obesidad, los mensajes también pueden partir de los propios cocineros -este menú va muy bien para perder peso y bajar el colesterol-, pero lo más probable es que se comenten en una tertulia o en programas especiales, en los que aún resulta habitual escuchar consejos acerca del sacrificio que se ha de hacer para seguir una dieta, la fuerza de voluntad que hay que tener para no comer determinados manjares, que si uno sigue una dieta saludable se puede perder peso progresivamente, etc., todo ello sin cruzar la frontera del conocimiento científico y no entrando en los consejos emanados de la pseudociencia.

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